Etiquetas

sábado, 24 de octubre de 2009

SEPARACION


(EDWARD MUNCH. SEPARACION)

LOS MUERTOS TAMBIEN AMAN
Me sentaré en mi silla con mi cara sin ojos y lloraré. He agotado el cupo de mi risa, mi boca no habla, mis piernas no andan, mis manos no tocan y mis cuencas vacías miran tu cuerpo…. Tu cuerpo.

CAPÍTULO I
Ella me ve o eso creo. Intento cruzar mi mirada con la suya para estar seguro que me ha visto, pero finge no verme. Entonces dudo. No, no puedo dudar, tiemblo entero si ella se acerca. Como aquella tarde de agosto en la que su pelo golpeó mi hombro, estuve a punto de hablarle. Le habría dicho que antes de ella no hubo nada pero apareció él y se la llevó.
No sabe que cuando duerme me acerco, se encoje como si un aire frío la tocase, me retiro unos pasos y allí quedo, a su lado. María siempre tiene frío, dice que es la casa, y creo que es verdad porque yo también tengo siempre frío.
Ayer la vi subir la escalera corriendo. Tenía miedo, siempre lo tuvo, de niña llamaba a su madre desde la casapuerta, la madre bajaba hasta el rellano y María corría hacia ella. Pero están muertos, Vicente y la mujer loca murieron. María no cree en fantasmas.
Ahora está sola en esta casa grande. El hombre que se la lleva viene a veces, cada vez menos y eso me gusta. María ha cerrado todas las habitaciones. Antes no se cerraban y ella se escondía tras las puertas, yo también. Detrás de una puerta la vi por primera vez. Estaba sentada en el suelo, abrazada a sus piernas, cuando me acerqué levantó sus ojos y me miró. Estoy seguro que me miró pero fingió no verme. Siempre finge no verme
Hoy la esperé en el rellano de la escalera. No quería que la mujer loca la asustase. Vivía tras la puerta que está al lado del primer escalón. La mujer loca va en silla de ruedas, debe pesar ciento cuarenta kilos, no habla. A veces, sale a la casapuerta con una manzana, María se pega a la pared se achica, la mujer loca ríe a carcajadas amenazando con sus brazos. También, a veces, se oyen gritos y lloros en la casa. María tiene miedo, pero Vicente y la Mujer loca murieron, todo eso pasó, ya no se oyen gritos en la casa.
María entró una vez en la casa que hay detrás de la puerta. La seguí por un largo pasillo, a la izquierda pared a la derecha huecos tapados con cortinas, al fondo una sala sombría, desamueblada. No había nadie. María quiso asegurarse de que los muertos no vuelven. Pero yo sé que vuelven.
Hoy la esperé en el rellano de la escalera. No se oyen gritos en la casa que hay tras la puerta situada justo al lado del primer escalón. María no cree en fantasmas, pero yo los veo. Vicente, el marido de la mujer loca tiene arañazos en la cara, agacha la cabeza, lleva gotas de sangre en la camisa y en las manos, se ha parado junto a la puerta, rezo para que María no llegue.
Maríaaaa! Le gritaré desde el rellano de la escalera, sube, estoy aquí ¿no me ves? Y ella correrá hacia mis brazos y dejaré de tener frío. María no tengas miedo. Mírame María mírame.
Cuando la mujer loca murió tuvieron que hacer un ataúd especial para ella. Llevaba cuatro días muerta, Vicente aún respiraba. Fue un día de mucho ajetreo. Todos hablaban, querían saber. Vicente murió en pocas horas. María, debía tener unos diez años. Ya no estaba la mujer loca ni Vicente pero ella siguió teniendo miedo y llamaba a su madre desde la casapuerta.
Esperé todo el día. María llegó con la última luz de la tarde. Sus ojos verdes miraban el vacío. Pasó junto a Vicente. Callé. Pasó junto a mí. Mi dulce María.
Hoy María estuvo todo el día fuera. Si me atreviera la cogería de la mano. Sus ojos verdes miran el vacío. Está sentada en el suelo junto al balcón abierto. María cerró todas las habitaciones menos la del balcón. Ahora vivimos en ella. Le gusta sentarse en el suelo y mirar hacia la calle. Pero hoy sus ojos verdes están vacíos.
Ahora vivimos en la habitación luminosa. Nadie viene a la casa. María finge no verme pero a veces me sonríe mi dulce María………
CAPÍTULO II
Hace días que María no se levanta de la cama. No quiero que se la lleven. Mírame María mírame, sin ti no existo. Ha parado un coche, golpean la puerta, no abriré. Se llevan a María. ¡María despierta sin ti no existo!......Me desvanezco.
CAPÍTULO III
Hoy he vuelto a la casa, María no está. Recuerdo que se la llevaron y yo me desvanecí. He abierto el balcón, así cuando regrese sabrá que la estoy esperando. Cuando camine por la calle verá el balcón abierto y sabrá que estoy aquí en la habitación luminosa y abriremos todas las habitaciones…..
A veces me quedo en el rellano de la escalera. Sé que los muertos vuelven. La mujer loca en su silla de ruedas come manzanas, Vicente se para en la puerta, tiene gotas de sangre en la camisa y en las manos. Espero a María, hace años que la espero, no sé, tal vez veinte, cincuenta……….
Tengo frío… ¿María?

martes, 20 de octubre de 2009

EL DESEO DE HELIODORA



EL DESEO DE HELIODORA

Como si miles de peces le hubiesen regalado escamas a la mar, ésta brillaba en plateadas ondulaciones, parecía una lengua dispuesta a lamer el cuerpo de Heliodora. Debían ser las ocho de la tarde. El Sol se había colocado sobre el mar, haciendo resplandecer en una infinitud de grises esa línea sin contornos, esa franja serpenteante de luz.
Heliodora se giró y el sol le dio de frente, abrió los brazos y dejó que el mar la tocase mientras su mente le pensaba a él, y lo hizo con tal fuerza que la mar le devolvió su deseo en un intenso olor a flores. A flores olía la mar…. Y ella aspiró ese olor y sintió que su cuerpo se transformaba en un ser vegetal, en una flor sin raíces flotando a la deriva, y deseó que el azar la guiase hasta una playa remota donde él la esperaría.

jueves, 17 de septiembre de 2009

ANA y el tiempo



Bajó despacio del coche. Hacía años que nada la impacientaba. Las horas, las horas negras y todas las demás se las había tragado la noche, aquella noche en la que los ojos de Ana no pudieron perderse en el azul de Álvaro.
Los relojes, muertas las manecillas, se refugiaban en los cajones. Y un frío de ausencias escarchaba la alfombra y los pasillos. A Ana le llovía el pasado en su cama, gotas azules de te quiero, blancas de caricias, húmedas de placer, su cuerpo gimiendo en otro cuerpo. Una cama demasiado grande mojándole el alma y la almohada.
Ana bajó del coche, dejó caer la llave en el bolso y caminó despacio, todo el tiempo del mundo la aguardaba. Los cinco peldaños de madera se hicieron mil y su pie saboreó la eternidad, por un instante. Caminó sobre la arena fría de la noche, las estrellas parecían recién lavadas y las algas desconcertadas danzaban enloquecidas, brillantes en su dulce verde a sabiendas de que nunca jamás su dulce verde sería esperanza.
Ana se detuvo en la orilla como todas las noches. Su amado dormía el sueño de los peces y su corazón de sal buscaba el cuerpo de Ana. Pero Ana no tenía prisa. La urgencia del tiempo no la reclamaba. Algún día ella no dejaría de caminar de sentir la inmensidad del agua en su piel. Mañana. Mañana volvería. Anduvo sobre sus huellas de ida y vuelta, de vuelta e ida….No tenía prisa, tan segura estaba que él la esperaría hasta el fin de los tiempos.

martes, 15 de septiembre de 2009

CUANDO NO TE RECUERDO






Hay espacios por los que transito sin ti.
Momentos que me cruzan.
Trozos de vida en los que tú no estás.
Y no es que te hayas ido o hayas muerto.
Es sólo que no te recuerdo.
Y luego, cuando de súbito vuelves a mi mente
Y te reconozco como algo mío,
Sonríen mis adentros.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

HISTORIAS DE MI INFANCIA

Mis abuelos, mi tío y mi padre.


EL DIAMANTE ROJO

Cuando la casa se sacude imperceptiblemente como queriendo desprenderse de la última luz, Alicia siente un vértigo pequeño, un girar de sus ojos, una imperceptible sacudida en sus pies y una luz transparente cae, arrugándose como un viejo celofán. La noche cierra las ventanas del largo pasillo. Los cristales, inmóviles, son sombras que amenazan, ojos que relampaguean ocultos, escurridizos….
Alicia camina entre las sombras, ha bajado los dos escalones de la sala de estar. Sus pies pisa el pasillo, despacio, con cautela. Una luz de luna la guía hasta la puerta situada a mitad del pasillo. Gira el pomo y entra. Es la habitación de la tía Andrea. Nadie entra en el cuarto de Andrea. Es mejor no acordarse de ella, de su pálida y escurridiza delgadez, de la negrura de sus ojos, del azul de sus labios, de su lengua viperina.
Alicia la temía, pero ahora está muerta y ella quiere el diamante rojo de Andrea. Aquella pe-queña piedra engarzada en el anillo que Andrea acercaba a los ojos de Alicia.
-Míralo, le decía, es de una muerta, le corté el dedo para quitárselo, y la sangre muerta lo volvió rojo. ¿No escuchas gemir en las sombras? Es la muerta agazapada, dispuesta…. -
Alicia enciende la lamparita de la cómoda, una luz polvorienta y amarilla apenas deja ver la habitación. Al fondo, junto a la mesita de noche donde se esconde el anillo, hay otra puerta con un cerrojo interior, siempre puede escapar por ahí. Mira hacia la cama y ve sobre la colcha las dos manchas rojas, no, no son rojas son casi negras, acartonadas, dispuestas a crujir. Su madre dice, que algún animal herido entró y dejó su sangre, habría que lavarla, sí, lavar-la…En la cabecera de la cama el crucifijo del ataúd del único hijo de Andrea, muerto a los dos años de edad. Andrea lo arrancó con sus propias manos para quedarse el corazón de su hijo y llorarlo a solas, le contaba a Alicia.
Alicia avanza, siente el roce de la colcha en su pierna derecha, la mecedora de la tía Andrea ha quedado atrás. Avanza lenta, escucha el rápido bombear de su corazón. Se acerca a la mesita, casi está pegada a ella. Separa su mano derecha de su cuerpo y la dirige al cajón y entonces siente como otra mano se apoya en la suya, fría, leve. El corazón se le para de golpe, la mecedora imperceptiblemente se mece y el aire doliéndose gime, Andrea descorre el cerrojo situado a su izquierda y huye. Corre entre las sombras, el pasillo la aguarda, los cristales de las ventanas relampaguean con ojos tenebrosos, negros, azules, amarillos, rojos…..Alicia tiembla, sus piernas parecen no llegar nunca a su dormitorio. Pero llega, al fin llega y cierra la puerta tras de si, mañana, mañana volveré a intentarlo, piensa, quiero el diamante rojo, lo quiero.

sábado, 22 de agosto de 2009

NUNCA POR AMOR





Inexorable
El tiempo
Amamanta
Mis negros sueños.
Presa de mi angustia me lleva
Nunca por amor
Jamás por desconsuelo
Ni tan siquiera por desamor.
Inexorable
Me ciega
Me aparta
Me arrebata
Caricias madrugadas de besos
Olvido
Para mis ojos verdes negros
Olvido
Para mi pecho enlutado
De jazmines y geranios. Negros.
Para mis sueños
Mar desnudo
Solo. Muerto.
Inexorable
Me lleva
Amamanta
Mis tristes sueños
Dejando atrás
Mi tiempo.

martes, 11 de agosto de 2009

SE NOMBRABAN

Obstinados el uno en el otro se buscaban como si pudieran encontrarse.
Se nombraban como si al nombrase se poseyeran.
Cuerpo a cuerpo corazón a corazón.
Se nombraban como si el aire pudiera contener el aliento de sus bocas.
Como si la noche fuera sombra y el orden de los días, nada.
Como si las leyes del universo a cada paso se reinventaran.
Se buscaban.
Obstinados decididos a encontrarse.
Se nombraban a solas
Cuando la tierra duerme el sueño de sus dioses y el hombre calla.
Se nombraban.
Vencidos de amor, henchidos de palabras de verbos.
Se nombraban en las calles en las plazas,
se gritaban en las ventanas cerradas en los huracanes, en los insomnios,
en las azoteas se nombraban, en los balcones con escaleras al cielo,
se nombraban en todo y en nada.
Se amaban.

domingo, 26 de julio de 2009

La rosa azul (el hotel)

El viento agita los volantes de los toldos. El frío escarcha las sombras. Heliodora descorre el visillo de la ventana, entra la noche, en la mano le cruje una flor azul, se le quiebra la mano. Seis días antes su amante entre besos y caricias la prendió a su pelo, un día después murió.
Y ahora, está en una habitación extraña de una casa extraña con un hombre extraño. Han hecho el amor. Dicen que el amor nos aleja de la muerte. La muerte que ella prende a su pelo con una flor azul. Mira lo oscuro a través de la ventana, en los cristales empañados su aliento dibuja círculos que se expanden hasta deshacerse en agua….su amante, cenizas de carne, hueso, madera, se hunde en el mar. Ella vive en la niebla, en el rocío, en la lluvia, en la noche. A las algas abandonas pregunta por su amante…

-----------------

Habían pasado seis largos años desde que hizo el amor con un desconocido. Años fríos de eternos inviernos, en los que nunca pensó en él. Cuando se dijeron adiós el frescor de la noche los envolvía y le olvidó, al cruzar la calle le olvidó. Una noche, una sola noche y la llamaba ¿para qué?

Quería verla, mientras ordenaba su siempre desordenado despacho, encontró su número de teléfono en una vieja agenda y lo marcó, no sabía por qué, qué le impulsaba a hacerlo, ¿por qué esas repentinas ganas de verla?, pero lo deseaba y marcó el número. A los quince días de la primera llamada se encontraban en la habitación de un hotel.

Daniel no recuerda haber anotado su número. Solo una noche pasaron juntos, después regresó norte, a su casa, la agenda nunca viajó al sur. Pero encontró la agenda, el número… que iba a pensar en ella lo supo desde el instante que le dijo adiós, pero volver no, nunca pensó en volver. Y ahora está allí, tendido en la cama, observando como ella camina hacia la ventana; su delgado y blanco cuerpo, apenas visible entre las sombras, le resulta demasiado extraño.

La primera vez que la vio, en casa de unos amigos, la luz de las bombillas se descomponía en colores al tocar la flor que adornaba sus negros y largos cabellos, a él le pareció hermosa. La flor, algo desgastada, que ahora reposa en la mesita junto a la pequeña lámpara, es la misma, lo sabe porque es hermosa y la luz al tocarla se rompe en colores.

Heliodora descorre el visillo de la ventana, la noche apaga su cuerpo desnudo, su pelo despeinado no lleva la flor azul, le huele a besos. A fuera, el viento acaricia sin piedad, nubes negras avanzan deprisa, asustadas. Por los cristales, cubiertos de escarcha, corretean formas, palabras que enloquecen su corazón. La lluvia, si llegase la lluvia lo borraría todo y ella podría abrir la ventana.

En la habitación el silencio se pega a las paredes. Daniel la mira, ella siente su mirada, casi puede oír el abrir y cerrar de sus ojos. Pero hay algo cálido en el aire, algo que la hace no temer se atreve, la pregunta que lleva toda la noche rondándole por la cabeza:
-¿por qué elegiste este hotel?- A él la voz le llega dulce, lejana. Le gustaría callar, que ella repitiese la pregunta una y otra vez como una canción de cuna, dormirse en su voz.
-Por nada en particular, lo encontré en Internet, me gustó e hice la reserva-
-¿ocurre algo, te desagrada?-
-No, no es eso, es que…- Heliodora deja las palabras en el aire, se sabe observada; se siente tímida, torpe, cierra los visillos y vuelve a la cama.
-Es la tercera vez que vengo a este hotel. Hace quince años en una de estas habitaciones mi amante dejó una rosa azul para mí. La guardé en una cajita también azul, cerrada desde entonces; temo abrirla, creo que si la abro morirá.
Mi amante murió seis días antes de conocerte. Me regaló una flor azul, no sé qué flor es, sólo que es azul. Él siempre me regalaba cosas azules. Un día antes de su muerte estuvimos aquí en este hotel por segunda y última vez, sonreía mientras sujetaba la flor a mi pelo. Pensé que pasaría el resto de mi vida con él, le amaba… Solo tengo una rosa encerrada y una flor azul….
Daniel, tendido a su lado la mira, se acerca, -calla -le dice, y la besa en los labios. –Llevo seis años pensando en ti, déjame amarte -


Apenas está amaneciendo cuando Heliodora despierta, el viento golpea los cristales, -es mi amante- piensa, -la lluvia, la lluvia lo trajo-, se levanta con sigilo y presurosa va a la ventana, afuera las sombras prevalecen, el rocío empaña los cristales y el aire le dibuja letras, corazo-nes. Heliodora aprieta la flor en su mano, su amante la acaricia, tiene frío los labios…la luz avanza, amanece.
Daniel la mira, ve su cuerpo desnudo, la primera luz de la mañana lo envuelve y su pelo despeinado tiene reflejos de colores. Le gustaría quedarse o llevársela, desearía amarla una y mil veces más. –Esta vez nos llamaremos, promételo Heliodora. –Sí, sí- contesta ella.


Daniel abre la puerta del ascensor, salen, están a punto de abandonar el hotel, ella toca su pelo, -¡la flor, he olvidado la flor!- .
-no te preocupes, tranquilízate, subo a buscarla, ¿recuerdas donde la dejaste?-
-Sí, la tenía en la mano, creo que se me cayó junto a la ventana-
Daniel, deposita la maleta en el suelo y corre hacía el ascensor. - ¡Daniel, espera!- grita Helio-dora – ¡no vayas!... se quebró en mi mano-
Daniel regresa sobre sus pasos, despacio, mirándola, se detiene ante ella. Heliodora le mira, por un instante sus miradas se encuentran…. ¿y la rosa? pregunta Daniel, ¿y la rosa azul?

domingo, 19 de julio de 2009

EL EXTRAÑO PODER DE ALICIA

Alicia entrelazaba hebras de aire. Sus dedos parecían agujas hilvanando la brisa, la dulce sal que la mar entraba por las rendijas, por las puertas mal cerradas….Los blancos y delgados dedos de la joven, tenían el poder de tejer, entrelazar, tensar palabras en el aire. Alicia conocía los secretos de las palabras, el poder de todas y de cada una, los misterios de su unión de su desunión….
A la inversa de la bella Penélope, Alicia, deshacía en las mañanas los sueños tejidos en las noches. Pero hubo un amanecer tan claro que hasta el mar, seducido por la luz, entonó viejos cantos de sirenas, estremeció con su voz enamorada las mismísimas entrañas de la tierra. Alicia, hechizada, fosforescente, olvidó destejer, y como si pájaros salvajes aleteasen entre sus piernas corrió por las calles del pueblo absorta en su locura, arrastrando su invisible red de palabras. Palabras que se hicieron sonidos, notas entrelazadas a los viejos cantos de sirenas, voces atrapando corazones, cerrado los ojos de las gentes, meciendo sus cuerpos en una complacencia voluptuosa, sonámbulos, extraviados en un delicioso sueño. A cada corazón le llegaban las palabras exactas, las deseadas, las amadas y sus cuerpos como huecas marionetas quedaban pegados a la inmensa red que Alicia tejía con sus mágicas palabras.
Desde ese amanecer, Alicia, no dejó de tejer de trenzar de tensar de unir de desunir de adornar de vaciar palabras, hasta que un día sus blancos y delgados dedos, sin querer, tejieron la palabra amor para ella. Palabra sin boca, sin manos, sin ojos, sin corazón. Sólo una palabra amor, hecha de ilusión de sueño de esperanza. Alicia, tomó su palabra, la sacó del aire y la dejó caer sobre una blanca hoja de papel, la miró largamente y entendió con inmensa tristeza que estaba sola.

domingo, 12 de julio de 2009

LLANTO

Todo puede esperar.
Menos este dolor que me llora por dentro que le lloro por los ojos.
Llorándonos como un dolor que viniera de otro dolor más grande más viejo.
Como un amor resuelto en un no.
Como un no conformado en una duda.
En la duda de haber sido
Amor
De haber sido.
Lloro
Porque tú nunca me lloraste.
Porque no me consuela este aire de nadie.
Ni este frío de luz.
Ni esta lluvia monótona, constante.
Lloro
Porque no quiero esta agonía este escozor de la última palabra.
La palabra amor que no pronunciaste.
Lloro
Porque no quiero inmolarte a un dios inmisericorde
Porque quiero amor
no negarte
Ser tú en mi dolor para que puedas llorarme.
Para que no puedas olvidarme.
-------------------------------------------------
No quiero romperme en minúsculos brillos de un cristal que dejaste caer sin notarlo.

miércoles, 1 de julio de 2009

LA MANZANA DE EVA

A pocos metros del mar, custodiada por árboles milenarios, una inmensa cancela cerraba el paso. En aquel reino, los manantiales bajaban de la montaña fríos, transparentes. Como seres invisibles se deslizaban por la oscura pared rocosa, por el camino empedrado, por los árboles, por las escaleras a derecha e izquierda hasta llegar al saliente de la montaña con su techo de flores y hojas. El mundo por entonces estaba lleno de manantiales. Pequeños arroyos tapizados de piedrecitas blancas que se metían en mis ojos en mis manos en mi boca. Pero los manantiales de la montaña me habían robado el pensamiento. Solicitaban mi presencia, me llamaban con sus venas acuosas, subterráneas, empapando, agitando mi cuerpo en un insensato temblor. La tierra mojada por un placer desconocido me reclamaba, doblegaba mi voluntad. Cruce la ardiente arena de la playa. Me detuve ante el verde desvaído de la reja. La manzana del árbol prohibido cayó en mi mano, destellante, estallando en mi boca su rojo más profundo. Y la oxidada cancela se abrió al unísono con mi mordisco, estremeciendo el aire con su lúgubre chirriar. Penetré en aquel paraíso despojándome de todo cuanto me identificaba. Allí, las criaturas del silencio corrían sobresaltadas ante el suave susurro del agua y los duendes de la montaña soplaban brisas para acariciar mis hombros y mi vientre. Pegué mi boca a la roca y sentí en mi lengua su dureza, el agua bajó por mi barbilla, por mi cuello, se abrió como afluentes sobre mis pechos mis sonrosados pezones mis muslos encendidos y me fue deshaciendo en una perfecta sinfonía de manantiales hasta que todo mi cuerpo se contrajo en un último suspiro. Después me tendí bajo el techo de ramas entrelazadas y las florecillas cayeron, juguetearon, sobre mi cuerpo adormecido, mientras mi mente volaba hacia la mar, atravesando océanos, desiertos, selvas, ciudades, aldeas, cordilleras, valles, ….buscando lo que aún hoy sigo sin encontrar.

Por entonces, yo ignoraba que a un dios ingrato se lo olvidó soñar al hombre, fuimos nosotras, deliciosas criaturas, su único sueño.

jueves, 25 de junio de 2009

ABRACADABRA

Las luces de neón dejan sin cielo los ojos de la niña. Por aceras de papel anda anochecida.
Pena de elefantes e hipopótamos le pisa la espalda.
¡Ay de la niña qué olvidó el abracadabra!.
Por calles cerradas camina. Cuarenta ladrones la vigilan.
En las luces del alba los cocodrilos aguardan.
Como diminutos corazones las rojas uvas se desgranan.
Y los sueños de la niña duermen en las esquinas atrapados en ataúdes de mariposas blancas.
¡ salta niña y derrama sobre el papel la tinta!.
Ahoga el dolor en tu frágil cintura, no guardes tesoros en cuevas ocultas.
No dejes a nadie cerrar tu puerta, escribe en las nubes, en las paredes, en tu memoria:
ABRACADABRA

domingo, 21 de junio de 2009

LA CARTA

Cuando la carta cayó de su mano sobre su cuerpo semidesnudo y quedo parada en su pecho entibiándole el alma, tuvo la certeza de que envejecerían juntas.

La noche anterior a la llegada de la carta, en ese preludio de sombras donde el horizonte es un rosa o un violeta o jirones de nubes o un sol que recorre en una infinitud de segundos su adiós, Ana fue testigo de lo insólito:
Apoyada en la baranda del paseo marítimo observaba un mar en calma, denso como plomo líquido, y sin que nada lo presagiara, como si un ser gigantesco despertará y lo respirase, se contrajo. Rompió el silencio espirando olas a una velocidad vertiginosa. Y cuando la mujer imaginó que el aliento salía de su boca, una ola perpendicular a la orilla, se impuso a la imprevista marejada, deshaciendo la horizontalidad del mar y Ana creyó que un mar gótico se clavaba en el cielo. Y como una lengua gigantesca arrasó el rosa y el violeta hasta calmar la furia del corazón de Ana.

Aquella noche, en otro continente, un hombre escribía una carta ignorando que algún día sería tan parecida a Ana que cada pliegue o mancha o roto estaría en su piel. Y Ana, sintiendo la sal en sus labios, volvió a creer en los duendes y en las ninfas, en la semilla que se abre como labios en el “corazón del sueño” y en el beso que la niña del aire dejó en la mejilla ruborizada de Campasolo.

Cumpliendo leyes imposibles, el rosa y el violeta y hasta el azul de un cielo desconocido, le regalan palabras, y ella las repite una y otra vez hasta entenderlas o creerlas. Sólo ellas pueden darle la verticalidad que le es indispensable, erguirla sobre la vida o su destino. Sólo ellas pueden volver posible lo improbable. Por eso las dejó caer sobre su cuerpo semidesnudo y decidió envejecer junto a ellas. La vida comienza, de nuevo, y esta vez tiene su carta de letras azules. Ella no sabe si es una carta de amor, pero huele a flores y a miel y a yerbabuena y llegó como una ola perpendicular al corazón, rompiéndole el silencio.

sábado, 6 de junio de 2009

EL SUEÑO


Auguste Rodin


-->
Si pudiera soñarme en tu sueño queriendo ser tus manos,
atraparíamos soles y lunas y esta luz que se desprende del aire,
y las gotas del agua en su caída,
y los planetas que chocan como bolindres en tus bolsillos de niño,
y el color naranja de la blanca salina en las tardes de otoño.
Cuerpo a cuerpo.
Y ahora, si seguimos soñando en mi sueño en tu sueño en mi boca en tu boca
mordería mi lengua sangre de tu lengua y abriría los labios para tragarme la vida en el duro chocar de tus dientes.
Y si no pudiéramos soñarnos, tu boca y mi boca se buscarían ajenas a nosotros,
libres al fin de esta voluntad de tiempo y espacio
se amarían
en una lucha de mareas de conchas de piedras de lenguas de cristales amarillos redondos,
arrastradas en este vaivén constante de las olas.




jueves, 28 de mayo de 2009

LAS SEIS PALABRAS

CELES ME PUSO LA TAREA DE LAS 6 PALABRAS, AQUÍ ESTÁN espero que disfrutéis porque yo me lo he pasado genial.


OCULTOS DESEOS.

Después de un viaje bastante caluroso, ajetreado y largo en el que por supuesto, y a pesar de mis buenas intenciones, no pude preparar el examen de literatura, mi único deseo era tenderme bajo la sombra de una angelical palmera mientras mi mano, con sumo amor, acariciaría un refrescante zumo tropical. Y lo hice, vaya qué si lo hice. En cuanto llegué al hotel caminé como una sonámbula hacia la piscina de mis más ocultos deseos, envuelta en un halo babeante, imaginando apuestos jóvenes deseosos de sexo. Un lugar paradisiaco, dispuesto a complacerme. Y entonces ocurrió. A mi izquierda, a unos quince metros de mí. Al principio pensé que debía estar soñando. Me restregué los ojos y nada, seguían allí. Debían ser unas doce personas, todas de mi pueblo.¡ Había viajado casi al otro extremo del mundo para encontrármelos!. Todos sentaditos y callados como si estuvieran en un cine y de pronto la risa y el jolgorio: el musculito del grupo había hecho su aparición. Llevaba un tanga minúsculo, una enorme-redonda -gigantesca peluca de rizos negros y un látigo; desdentado, con incipiente barriga, feo a más no poder, y cada vez que agitaba el látigo los otros aplaudían y gritaban. Era algo realmente esperpéntico. Y que nadie me pregunte que hacía ese hombre de esas guisas y el resto festejándolo, porque lo ignoro. Solo puedo decir que en mi pueblo ocurre y yo tuve la fortuna de topar con ellos a miles de kilómetros, y por esa singular solidaridad que nace entre indígenas alejados de su cuna natal, se pegarían a mí como una lapa. La vida, a veces, debería torcerse.

lunes, 25 de mayo de 2009

LLUEVE

Las palabras se protegen como si las manos o las bocas pudieran dañarlas.
El amor se concreta en sus sonidos, en la calidez de sus formas.
Pero mienten.
Porque el amor es una inmensa mentira sin sangre, sin venas,
o es una verdad que no palpita en el corazón del hombre.
Por eso llueve,
desde hace siglos llueve.
Llueve corazones suplicantes,
cuerpos ateridos,
sangre como ríos infectados.
Pero las palabras existen y se ocultan,
las de verdad, las que nacieron sin ser vistas ni oídas.
Las palabras que duelen, porque el amor duele, se esconden detrás
como muchachas temerosas del ansia de sus pechos y de sus vientres.
Mi locura es callar, vivir en el no, en la palabra que se suicida en las largas avenidas del miedo.
Pero el amor existe en los cuerpos que lloran bajo tierra, en los perros abandonados, en el niño con el vientre hinchado con los huesos empujando hacia fuera, en el soldado que no quiso ser, en la mujer con la mirada perdida. El amor existe y la boca lo nombra por eso el verdugo teme.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA TAZA DE CAFÉ. (Una declaración de amor)

Dieciocho de marzo de 1990.

-Álvaro la espera en la cafetería Europa.

La primera vez que sus miradas coincidieron desaparecieron las estanterías, las mesas, los ordenadores…y también ocurrió la segunda y la tercera y la cuarta y……

-Han quedado para desayunar. Álvaro eligió el sitio.

Siempre lo elegiría, con sumo cuidado, y construiría puentes con nubes y sueños para ella.

- Ana sonríe. Entra en la cafetería. Los ojos de Álvaro la hacen resplandecer. Lleva minifalda de color verde y chaqueta a juego, su mirada también es verde.

Nunca se atreverá a amarla. Veinte años son demasiados, piensa.

-Ana le da un beso en la mejilla. A él le quema el beso.

El día que entró en su despacho, para no sé qué de modificaciones presupuestarias, una luz dorada entró con ella y de los expedientes saltaron notas musicales y los pies de Álvaro danzaron bajo la mesa.

-Ana se sienta frente a él. Está nerviosa. Calla. Álvaro piensa que ha sido un error. Nunca se fijará en él, ya cumplió los cincuenta y ella apenas los treinta. No se atreverá, está seguro.

-El camarero deja los cafés en la mesa. Ana juguetea con el azúcar. Al fin se decide y coge la taza. La taza le tiembla, intenta acercarla a sus labios. Está subiendo la taza, no más de diez centímetros y el café empieza a derramarse, la baja al plato. Lo intenta de nuevo, ahora con las dos manos, es inútil, sigue temblando, el café de nuevo salta al plato se desborda y cae sobre la mesa. Álvaro finge no mirar, y su fingida ceguera la tranquiliza, no quiere que él lo sepa. A Álvaro le sonríen los ojos y la vida. Ana acaba de declararle su amor, sin palabras. Una taza de café que no llegó a sus labios. Álvaro casi podía escuchar la música de las gotas al caer. Ahora está seguro que se atreverá a amarla.

viernes, 1 de mayo de 2009

ANA Y LILA. Las caracolas.

Había dejado de notarlo. Su sombra desencajada llevaba años adelantándole el paso, y su reducido tamaño no se ajustaba a su cuerpo de mujer. Sin embargo, Ana, no mostraba extrañeza ni desconcierto ni temor. Simplemente había dejado de notarlo.
Los años en su ajetreo se topaban unos con otros. ¡Hirientes! Así la vida pasaba y los recuerdos esperaban turno. Pero hubo una mañana en la que Ana recordó el por qué de su peculiar sombra.

Fue una mañana de invierno en la que como todas las mañanas compartió tostada con su perro Rufo, montaron en el coche y condujo hasta la playa. ¡Vacía!. Sólo para ellos la arena, el mar, el cielo… Pero aquella mañana la playa, su playa, se nació distinta. Quiso la Luna quedarse un poco más, las gaviotas se acicalaban en la arena, las flores silvestres estrenaban el verde y en la orilla, eso fue lo más extraordinario, esperaban las caracolas.

-¡Rufo hay caracolas!- gritó Ana y corrieron hacia la orilla.
Había tantas caracolas, tamaños, colores, formas. Ana no daba crédito a sus ajos. Tenía que tocarlas. Se agachó, cogió una y al moverla se le cayó de adentro una palabra, una palabra de espuma: jazmín. Y el corazón le dio un vuelco. Cogió otra caracola y otra palabra, de arena: canela y otra más y cayó una palabra de papel: pájaro y ahora de agua: sueño y la orilla se iba llenando de palabras. Rufo ladraba con su ladrido de juego (tres agudos pausa y otros tres ladridos), se agachaba estirando las patas delanteras y saltaba intentando atrapar las palabras que le chocaban en el hocico deshaciéndose, Rufo agitaba la cabeza como si dijera no y volvía a la carga. Ana, casi corría moviendo caracolas ya no leía las palabras, las dejaba escapar y reía todo su cuerpo reía. Cayó de rodillas en la arena, extenuada, Rufo corrió hacia ella y empezó a lamerle la cara. Ana miraba al mar. Supo que las caracolas venían del otro lado del océano, de una remota playa en la que vivía una mujer llamada Lila. Y recordó:

***– ¿Cómo te llamas?-
-Ana y tú-
-Lila- le dijo y la risa les vino a la boca
¿Quieres jugar, Ana?-
Y jugaron, la niña Luna y la niña Patio, con los gatos y las mariposas, y al coger y al saltar y se pintaron los labios para dejar corazones en los espejos, y zapatos de tacones para tocar a la luna, y manzanas con canela rondando por las baldosas , y jazmines en el pelo, y pájaros de papel para sus sueños y secretos en los oídos, y contemplaron fascinadas como la luna y el patio intercambiaban las sombras.*****


Sólo la sombra había permanecido fiel al recuerdo de Lila al amor que la niña sintió por ella. Su sombra desencajada siempre iba un paso por delante, quería ser vista, recordada. Decidió no crecer, no confundirse con Ana, ella era la sombra de la niña Lila.

La mirada de Ana se perdía más allá del océano. ¡Feliz!. En sus manos se había quedado una caracola, la frotó como si fuese la lámpara mágica, cerró los ojos y formuló su deseo. A su lado, Rufo, tendido en la arena, descansaba plácidamente.

viernes, 24 de abril de 2009

SE EQUIVOCO



“Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.”
(Alberti Rafael)


SE EQUIVOCÓ
Le pareció oír un crujido. Prestó atención y volvió a oírlo. No venía de afuera. Casi diría que le venía de adentro. Volvió a oírlo y esta vez estuvo segura. Venía de su cuerpo, como si algo se le estuviera rompiendo. Hacía rato que las lágrimas andaban por allí. Salían de los ojos de ella, sin querer, sin prisa, en una especie de danza silenciosa, ajenas a la voluntad de la mujer.
De nuevo el crujido, y el corazón del hombre, al que por un instante quiso, echó cerrojos y candados y ella comprendió su error. Es tan fácil equivocar los caminos, confundir las palabras…….para un corazón solitario la sal se vuelve azúcar y nacen margaritas en la orilla.... Y de nuevo el crujido, esta vez tan de cerca que más que el roto le dolió el ruido.

miércoles, 22 de abril de 2009

LA AMAPOLA Y EL TOPO

Insiste el topo en su delirio de amapola.
Rojo mar florece.
Luces de neón encienden el silencio.
Mi mano sucumbe a tu ternura.
Busca entre las sombras
acariciar tu muerte
tu muerte salada roja amapola.
Tu muerte que llenó mi boca
de tristes sapos
de príncipes envejecidos hinchados rotos en charcas dulces
en esas horas en que otro amor nos tienta.
Mi delirio de amapola
come sombras
para encontrar tu cuerpo
para matar tu muerte.
Las estrellas se vuelven de hojalata.
Hojas temblorosas
abren espantos a mi alma.
Mi cuerpo se pliega
en su noche de metal
en su luminiscencia de neón
sin consuelo.
Viejo topo
buscando a tientas
un vivir de amapola.

LA AMAPOLA Y EL TOPO



Insiste el topo en su delirio de amapola.
Rojo mar florece.
Luces de neón encienden el silencio.
Mi mano sucumbe a tu ternura.
Busca entre las sombras
acariciar tu muerte
tu muerte salada roja amapola.
Tu muerte que llenó mi boca
de tristes sapos
de príncipes envejecidos hinchados rotos en charcas dulces
en esas horas en que otro amor nos tienta.
Mi delirio de amapola
come sombras
para encontrar tu cuerpo
para matar tu muerte.
Las estrellas se vuelven de hojalata.
Hojas temblorosas
abren espantos a mi alma.
Mi cuerpo se pliega
en su noche de metal
en su luminiscencia de neón
sin consuelo.
Viejo topo
buscando a tientas
un vivir de amapola.

sábado, 18 de abril de 2009

PALABRAS

Eduardo Chillida


-->
Palabras.
Diosas de la nada inventando sus vacíos.
Sonidos que se superponen hasta dar con el engaño exacto.
Palabras que juegan a quererme.
Cómplices de si mismas.
Bocas de ciénagas y murciélagos.
Palabras dulces, líquidas, amorosas.
Palabras de amor se deslizan por la arboleda.
Encantadoras de corazones.
Palabras que juegan a quererme.