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jueves, 28 de mayo de 2009

LAS SEIS PALABRAS

CELES ME PUSO LA TAREA DE LAS 6 PALABRAS, AQUÍ ESTÁN espero que disfrutéis porque yo me lo he pasado genial.


OCULTOS DESEOS.

Después de un viaje bastante caluroso, ajetreado y largo en el que por supuesto, y a pesar de mis buenas intenciones, no pude preparar el examen de literatura, mi único deseo era tenderme bajo la sombra de una angelical palmera mientras mi mano, con sumo amor, acariciaría un refrescante zumo tropical. Y lo hice, vaya qué si lo hice. En cuanto llegué al hotel caminé como una sonámbula hacia la piscina de mis más ocultos deseos, envuelta en un halo babeante, imaginando apuestos jóvenes deseosos de sexo. Un lugar paradisiaco, dispuesto a complacerme. Y entonces ocurrió. A mi izquierda, a unos quince metros de mí. Al principio pensé que debía estar soñando. Me restregué los ojos y nada, seguían allí. Debían ser unas doce personas, todas de mi pueblo.¡ Había viajado casi al otro extremo del mundo para encontrármelos!. Todos sentaditos y callados como si estuvieran en un cine y de pronto la risa y el jolgorio: el musculito del grupo había hecho su aparición. Llevaba un tanga minúsculo, una enorme-redonda -gigantesca peluca de rizos negros y un látigo; desdentado, con incipiente barriga, feo a más no poder, y cada vez que agitaba el látigo los otros aplaudían y gritaban. Era algo realmente esperpéntico. Y que nadie me pregunte que hacía ese hombre de esas guisas y el resto festejándolo, porque lo ignoro. Solo puedo decir que en mi pueblo ocurre y yo tuve la fortuna de topar con ellos a miles de kilómetros, y por esa singular solidaridad que nace entre indígenas alejados de su cuna natal, se pegarían a mí como una lapa. La vida, a veces, debería torcerse.

lunes, 25 de mayo de 2009

LLUEVE

Las palabras se protegen como si las manos o las bocas pudieran dañarlas.
El amor se concreta en sus sonidos, en la calidez de sus formas.
Pero mienten.
Porque el amor es una inmensa mentira sin sangre, sin venas,
o es una verdad que no palpita en el corazón del hombre.
Por eso llueve,
desde hace siglos llueve.
Llueve corazones suplicantes,
cuerpos ateridos,
sangre como ríos infectados.
Pero las palabras existen y se ocultan,
las de verdad, las que nacieron sin ser vistas ni oídas.
Las palabras que duelen, porque el amor duele, se esconden detrás
como muchachas temerosas del ansia de sus pechos y de sus vientres.
Mi locura es callar, vivir en el no, en la palabra que se suicida en las largas avenidas del miedo.
Pero el amor existe en los cuerpos que lloran bajo tierra, en los perros abandonados, en el niño con el vientre hinchado con los huesos empujando hacia fuera, en el soldado que no quiso ser, en la mujer con la mirada perdida. El amor existe y la boca lo nombra por eso el verdugo teme.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA TAZA DE CAFÉ. (Una declaración de amor)

Dieciocho de marzo de 1990.

-Álvaro la espera en la cafetería Europa.

La primera vez que sus miradas coincidieron desaparecieron las estanterías, las mesas, los ordenadores…y también ocurrió la segunda y la tercera y la cuarta y……

-Han quedado para desayunar. Álvaro eligió el sitio.

Siempre lo elegiría, con sumo cuidado, y construiría puentes con nubes y sueños para ella.

- Ana sonríe. Entra en la cafetería. Los ojos de Álvaro la hacen resplandecer. Lleva minifalda de color verde y chaqueta a juego, su mirada también es verde.

Nunca se atreverá a amarla. Veinte años son demasiados, piensa.

-Ana le da un beso en la mejilla. A él le quema el beso.

El día que entró en su despacho, para no sé qué de modificaciones presupuestarias, una luz dorada entró con ella y de los expedientes saltaron notas musicales y los pies de Álvaro danzaron bajo la mesa.

-Ana se sienta frente a él. Está nerviosa. Calla. Álvaro piensa que ha sido un error. Nunca se fijará en él, ya cumplió los cincuenta y ella apenas los treinta. No se atreverá, está seguro.

-El camarero deja los cafés en la mesa. Ana juguetea con el azúcar. Al fin se decide y coge la taza. La taza le tiembla, intenta acercarla a sus labios. Está subiendo la taza, no más de diez centímetros y el café empieza a derramarse, la baja al plato. Lo intenta de nuevo, ahora con las dos manos, es inútil, sigue temblando, el café de nuevo salta al plato se desborda y cae sobre la mesa. Álvaro finge no mirar, y su fingida ceguera la tranquiliza, no quiere que él lo sepa. A Álvaro le sonríen los ojos y la vida. Ana acaba de declararle su amor, sin palabras. Una taza de café que no llegó a sus labios. Álvaro casi podía escuchar la música de las gotas al caer. Ahora está seguro que se atreverá a amarla.

viernes, 1 de mayo de 2009

ANA Y LILA. Las caracolas.

Había dejado de notarlo. Su sombra desencajada llevaba años adelantándole el paso, y su reducido tamaño no se ajustaba a su cuerpo de mujer. Sin embargo, Ana, no mostraba extrañeza ni desconcierto ni temor. Simplemente había dejado de notarlo.
Los años en su ajetreo se topaban unos con otros. ¡Hirientes! Así la vida pasaba y los recuerdos esperaban turno. Pero hubo una mañana en la que Ana recordó el por qué de su peculiar sombra.

Fue una mañana de invierno en la que como todas las mañanas compartió tostada con su perro Rufo, montaron en el coche y condujo hasta la playa. ¡Vacía!. Sólo para ellos la arena, el mar, el cielo… Pero aquella mañana la playa, su playa, se nació distinta. Quiso la Luna quedarse un poco más, las gaviotas se acicalaban en la arena, las flores silvestres estrenaban el verde y en la orilla, eso fue lo más extraordinario, esperaban las caracolas.

-¡Rufo hay caracolas!- gritó Ana y corrieron hacia la orilla.
Había tantas caracolas, tamaños, colores, formas. Ana no daba crédito a sus ajos. Tenía que tocarlas. Se agachó, cogió una y al moverla se le cayó de adentro una palabra, una palabra de espuma: jazmín. Y el corazón le dio un vuelco. Cogió otra caracola y otra palabra, de arena: canela y otra más y cayó una palabra de papel: pájaro y ahora de agua: sueño y la orilla se iba llenando de palabras. Rufo ladraba con su ladrido de juego (tres agudos pausa y otros tres ladridos), se agachaba estirando las patas delanteras y saltaba intentando atrapar las palabras que le chocaban en el hocico deshaciéndose, Rufo agitaba la cabeza como si dijera no y volvía a la carga. Ana, casi corría moviendo caracolas ya no leía las palabras, las dejaba escapar y reía todo su cuerpo reía. Cayó de rodillas en la arena, extenuada, Rufo corrió hacia ella y empezó a lamerle la cara. Ana miraba al mar. Supo que las caracolas venían del otro lado del océano, de una remota playa en la que vivía una mujer llamada Lila. Y recordó:

***– ¿Cómo te llamas?-
-Ana y tú-
-Lila- le dijo y la risa les vino a la boca
¿Quieres jugar, Ana?-
Y jugaron, la niña Luna y la niña Patio, con los gatos y las mariposas, y al coger y al saltar y se pintaron los labios para dejar corazones en los espejos, y zapatos de tacones para tocar a la luna, y manzanas con canela rondando por las baldosas , y jazmines en el pelo, y pájaros de papel para sus sueños y secretos en los oídos, y contemplaron fascinadas como la luna y el patio intercambiaban las sombras.*****


Sólo la sombra había permanecido fiel al recuerdo de Lila al amor que la niña sintió por ella. Su sombra desencajada siempre iba un paso por delante, quería ser vista, recordada. Decidió no crecer, no confundirse con Ana, ella era la sombra de la niña Lila.

La mirada de Ana se perdía más allá del océano. ¡Feliz!. En sus manos se había quedado una caracola, la frotó como si fuese la lámpara mágica, cerró los ojos y formuló su deseo. A su lado, Rufo, tendido en la arena, descansaba plácidamente.