CELES ME PUSO LA TAREA DE LAS 6 PALABRAS, AQUÍ ESTÁN espero que disfrutéis porque yo me lo he pasado genial.
OCULTOS DESEOS.
Después de un viaje bastante caluroso, ajetreado y largo en el que por supuesto, y a pesar de mis buenas intenciones, no pude preparar el examen de literatura, mi único deseo era tenderme bajo la sombra de una angelical palmera mientras mi mano, con sumo amor, acariciaría un refrescante zumo tropical. Y lo hice, vaya qué si lo hice. En cuanto llegué al hotel caminé como una sonámbula hacia la piscina de mis más ocultos deseos, envuelta en un halo babeante, imaginando apuestos jóvenes deseosos de sexo. Un lugar paradisiaco, dispuesto a complacerme. Y entonces ocurrió. A mi izquierda, a unos quince metros de mí. Al principio pensé que debía estar soñando. Me restregué los ojos y nada, seguían allí. Debían ser unas doce personas, todas de mi pueblo.¡ Había viajado casi al otro extremo del mundo para encontrármelos!. Todos sentaditos y callados como si estuvieran en un cine y de pronto la risa y el jolgorio: el musculito del grupo había hecho su aparición. Llevaba un tanga minúsculo, una enorme-redonda -gigantesca peluca de rizos negros y un látigo; desdentado, con incipiente barriga, feo a más no poder, y cada vez que agitaba el látigo los otros aplaudían y gritaban. Era algo realmente esperpéntico. Y que nadie me pregunte que hacía ese hombre de esas guisas y el resto festejándolo, porque lo ignoro. Solo puedo decir que en mi pueblo ocurre y yo tuve la fortuna de topar con ellos a miles de kilómetros, y por esa singular solidaridad que nace entre indígenas alejados de su cuna natal, se pegarían a mí como una lapa. La vida, a veces, debería torcerse.
OCULTOS DESEOS.
Después de un viaje bastante caluroso, ajetreado y largo en el que por supuesto, y a pesar de mis buenas intenciones, no pude preparar el examen de literatura, mi único deseo era tenderme bajo la sombra de una angelical palmera mientras mi mano, con sumo amor, acariciaría un refrescante zumo tropical. Y lo hice, vaya qué si lo hice. En cuanto llegué al hotel caminé como una sonámbula hacia la piscina de mis más ocultos deseos, envuelta en un halo babeante, imaginando apuestos jóvenes deseosos de sexo. Un lugar paradisiaco, dispuesto a complacerme. Y entonces ocurrió. A mi izquierda, a unos quince metros de mí. Al principio pensé que debía estar soñando. Me restregué los ojos y nada, seguían allí. Debían ser unas doce personas, todas de mi pueblo.¡ Había viajado casi al otro extremo del mundo para encontrármelos!. Todos sentaditos y callados como si estuvieran en un cine y de pronto la risa y el jolgorio: el musculito del grupo había hecho su aparición. Llevaba un tanga minúsculo, una enorme-redonda -gigantesca peluca de rizos negros y un látigo; desdentado, con incipiente barriga, feo a más no poder, y cada vez que agitaba el látigo los otros aplaudían y gritaban. Era algo realmente esperpéntico. Y que nadie me pregunte que hacía ese hombre de esas guisas y el resto festejándolo, porque lo ignoro. Solo puedo decir que en mi pueblo ocurre y yo tuve la fortuna de topar con ellos a miles de kilómetros, y por esa singular solidaridad que nace entre indígenas alejados de su cuna natal, se pegarían a mí como una lapa. La vida, a veces, debería torcerse.