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domingo, 26 de julio de 2009

La rosa azul (el hotel)

El viento agita los volantes de los toldos. El frío escarcha las sombras. Heliodora descorre el visillo de la ventana, entra la noche, en la mano le cruje una flor azul, se le quiebra la mano. Seis días antes su amante entre besos y caricias la prendió a su pelo, un día después murió.
Y ahora, está en una habitación extraña de una casa extraña con un hombre extraño. Han hecho el amor. Dicen que el amor nos aleja de la muerte. La muerte que ella prende a su pelo con una flor azul. Mira lo oscuro a través de la ventana, en los cristales empañados su aliento dibuja círculos que se expanden hasta deshacerse en agua….su amante, cenizas de carne, hueso, madera, se hunde en el mar. Ella vive en la niebla, en el rocío, en la lluvia, en la noche. A las algas abandonas pregunta por su amante…

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Habían pasado seis largos años desde que hizo el amor con un desconocido. Años fríos de eternos inviernos, en los que nunca pensó en él. Cuando se dijeron adiós el frescor de la noche los envolvía y le olvidó, al cruzar la calle le olvidó. Una noche, una sola noche y la llamaba ¿para qué?

Quería verla, mientras ordenaba su siempre desordenado despacho, encontró su número de teléfono en una vieja agenda y lo marcó, no sabía por qué, qué le impulsaba a hacerlo, ¿por qué esas repentinas ganas de verla?, pero lo deseaba y marcó el número. A los quince días de la primera llamada se encontraban en la habitación de un hotel.

Daniel no recuerda haber anotado su número. Solo una noche pasaron juntos, después regresó norte, a su casa, la agenda nunca viajó al sur. Pero encontró la agenda, el número… que iba a pensar en ella lo supo desde el instante que le dijo adiós, pero volver no, nunca pensó en volver. Y ahora está allí, tendido en la cama, observando como ella camina hacia la ventana; su delgado y blanco cuerpo, apenas visible entre las sombras, le resulta demasiado extraño.

La primera vez que la vio, en casa de unos amigos, la luz de las bombillas se descomponía en colores al tocar la flor que adornaba sus negros y largos cabellos, a él le pareció hermosa. La flor, algo desgastada, que ahora reposa en la mesita junto a la pequeña lámpara, es la misma, lo sabe porque es hermosa y la luz al tocarla se rompe en colores.

Heliodora descorre el visillo de la ventana, la noche apaga su cuerpo desnudo, su pelo despeinado no lleva la flor azul, le huele a besos. A fuera, el viento acaricia sin piedad, nubes negras avanzan deprisa, asustadas. Por los cristales, cubiertos de escarcha, corretean formas, palabras que enloquecen su corazón. La lluvia, si llegase la lluvia lo borraría todo y ella podría abrir la ventana.

En la habitación el silencio se pega a las paredes. Daniel la mira, ella siente su mirada, casi puede oír el abrir y cerrar de sus ojos. Pero hay algo cálido en el aire, algo que la hace no temer se atreve, la pregunta que lleva toda la noche rondándole por la cabeza:
-¿por qué elegiste este hotel?- A él la voz le llega dulce, lejana. Le gustaría callar, que ella repitiese la pregunta una y otra vez como una canción de cuna, dormirse en su voz.
-Por nada en particular, lo encontré en Internet, me gustó e hice la reserva-
-¿ocurre algo, te desagrada?-
-No, no es eso, es que…- Heliodora deja las palabras en el aire, se sabe observada; se siente tímida, torpe, cierra los visillos y vuelve a la cama.
-Es la tercera vez que vengo a este hotel. Hace quince años en una de estas habitaciones mi amante dejó una rosa azul para mí. La guardé en una cajita también azul, cerrada desde entonces; temo abrirla, creo que si la abro morirá.
Mi amante murió seis días antes de conocerte. Me regaló una flor azul, no sé qué flor es, sólo que es azul. Él siempre me regalaba cosas azules. Un día antes de su muerte estuvimos aquí en este hotel por segunda y última vez, sonreía mientras sujetaba la flor a mi pelo. Pensé que pasaría el resto de mi vida con él, le amaba… Solo tengo una rosa encerrada y una flor azul….
Daniel, tendido a su lado la mira, se acerca, -calla -le dice, y la besa en los labios. –Llevo seis años pensando en ti, déjame amarte -


Apenas está amaneciendo cuando Heliodora despierta, el viento golpea los cristales, -es mi amante- piensa, -la lluvia, la lluvia lo trajo-, se levanta con sigilo y presurosa va a la ventana, afuera las sombras prevalecen, el rocío empaña los cristales y el aire le dibuja letras, corazo-nes. Heliodora aprieta la flor en su mano, su amante la acaricia, tiene frío los labios…la luz avanza, amanece.
Daniel la mira, ve su cuerpo desnudo, la primera luz de la mañana lo envuelve y su pelo despeinado tiene reflejos de colores. Le gustaría quedarse o llevársela, desearía amarla una y mil veces más. –Esta vez nos llamaremos, promételo Heliodora. –Sí, sí- contesta ella.


Daniel abre la puerta del ascensor, salen, están a punto de abandonar el hotel, ella toca su pelo, -¡la flor, he olvidado la flor!- .
-no te preocupes, tranquilízate, subo a buscarla, ¿recuerdas donde la dejaste?-
-Sí, la tenía en la mano, creo que se me cayó junto a la ventana-
Daniel, deposita la maleta en el suelo y corre hacía el ascensor. - ¡Daniel, espera!- grita Helio-dora – ¡no vayas!... se quebró en mi mano-
Daniel regresa sobre sus pasos, despacio, mirándola, se detiene ante ella. Heliodora le mira, por un instante sus miradas se encuentran…. ¿y la rosa? pregunta Daniel, ¿y la rosa azul?

domingo, 19 de julio de 2009

EL EXTRAÑO PODER DE ALICIA

Alicia entrelazaba hebras de aire. Sus dedos parecían agujas hilvanando la brisa, la dulce sal que la mar entraba por las rendijas, por las puertas mal cerradas….Los blancos y delgados dedos de la joven, tenían el poder de tejer, entrelazar, tensar palabras en el aire. Alicia conocía los secretos de las palabras, el poder de todas y de cada una, los misterios de su unión de su desunión….
A la inversa de la bella Penélope, Alicia, deshacía en las mañanas los sueños tejidos en las noches. Pero hubo un amanecer tan claro que hasta el mar, seducido por la luz, entonó viejos cantos de sirenas, estremeció con su voz enamorada las mismísimas entrañas de la tierra. Alicia, hechizada, fosforescente, olvidó destejer, y como si pájaros salvajes aleteasen entre sus piernas corrió por las calles del pueblo absorta en su locura, arrastrando su invisible red de palabras. Palabras que se hicieron sonidos, notas entrelazadas a los viejos cantos de sirenas, voces atrapando corazones, cerrado los ojos de las gentes, meciendo sus cuerpos en una complacencia voluptuosa, sonámbulos, extraviados en un delicioso sueño. A cada corazón le llegaban las palabras exactas, las deseadas, las amadas y sus cuerpos como huecas marionetas quedaban pegados a la inmensa red que Alicia tejía con sus mágicas palabras.
Desde ese amanecer, Alicia, no dejó de tejer de trenzar de tensar de unir de desunir de adornar de vaciar palabras, hasta que un día sus blancos y delgados dedos, sin querer, tejieron la palabra amor para ella. Palabra sin boca, sin manos, sin ojos, sin corazón. Sólo una palabra amor, hecha de ilusión de sueño de esperanza. Alicia, tomó su palabra, la sacó del aire y la dejó caer sobre una blanca hoja de papel, la miró largamente y entendió con inmensa tristeza que estaba sola.

domingo, 12 de julio de 2009

LLANTO

Todo puede esperar.
Menos este dolor que me llora por dentro que le lloro por los ojos.
Llorándonos como un dolor que viniera de otro dolor más grande más viejo.
Como un amor resuelto en un no.
Como un no conformado en una duda.
En la duda de haber sido
Amor
De haber sido.
Lloro
Porque tú nunca me lloraste.
Porque no me consuela este aire de nadie.
Ni este frío de luz.
Ni esta lluvia monótona, constante.
Lloro
Porque no quiero esta agonía este escozor de la última palabra.
La palabra amor que no pronunciaste.
Lloro
Porque no quiero inmolarte a un dios inmisericorde
Porque quiero amor
no negarte
Ser tú en mi dolor para que puedas llorarme.
Para que no puedas olvidarme.
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No quiero romperme en minúsculos brillos de un cristal que dejaste caer sin notarlo.

miércoles, 1 de julio de 2009

LA MANZANA DE EVA

A pocos metros del mar, custodiada por árboles milenarios, una inmensa cancela cerraba el paso. En aquel reino, los manantiales bajaban de la montaña fríos, transparentes. Como seres invisibles se deslizaban por la oscura pared rocosa, por el camino empedrado, por los árboles, por las escaleras a derecha e izquierda hasta llegar al saliente de la montaña con su techo de flores y hojas. El mundo por entonces estaba lleno de manantiales. Pequeños arroyos tapizados de piedrecitas blancas que se metían en mis ojos en mis manos en mi boca. Pero los manantiales de la montaña me habían robado el pensamiento. Solicitaban mi presencia, me llamaban con sus venas acuosas, subterráneas, empapando, agitando mi cuerpo en un insensato temblor. La tierra mojada por un placer desconocido me reclamaba, doblegaba mi voluntad. Cruce la ardiente arena de la playa. Me detuve ante el verde desvaído de la reja. La manzana del árbol prohibido cayó en mi mano, destellante, estallando en mi boca su rojo más profundo. Y la oxidada cancela se abrió al unísono con mi mordisco, estremeciendo el aire con su lúgubre chirriar. Penetré en aquel paraíso despojándome de todo cuanto me identificaba. Allí, las criaturas del silencio corrían sobresaltadas ante el suave susurro del agua y los duendes de la montaña soplaban brisas para acariciar mis hombros y mi vientre. Pegué mi boca a la roca y sentí en mi lengua su dureza, el agua bajó por mi barbilla, por mi cuello, se abrió como afluentes sobre mis pechos mis sonrosados pezones mis muslos encendidos y me fue deshaciendo en una perfecta sinfonía de manantiales hasta que todo mi cuerpo se contrajo en un último suspiro. Después me tendí bajo el techo de ramas entrelazadas y las florecillas cayeron, juguetearon, sobre mi cuerpo adormecido, mientras mi mente volaba hacia la mar, atravesando océanos, desiertos, selvas, ciudades, aldeas, cordilleras, valles, ….buscando lo que aún hoy sigo sin encontrar.

Por entonces, yo ignoraba que a un dios ingrato se lo olvidó soñar al hombre, fuimos nosotras, deliciosas criaturas, su único sueño.