Etiquetas

sábado, 4 de octubre de 2008

EL CONTADOR DE HISTORIAS


Apenas contaba siete años de edad cuando me llegó la tristeza. Al principio nadie lo notó, no ver la tristeza en una criatura huidiza y leve, resultaba fácil.

En aquella enorme y vieja casa, las sombras, los recovecos, los espacios vacíos, se poblaban de seres extraños; criaturas de otros mundos jugaban conmigo. -Nena dónde estás- gritaba mi madre, y yo perdida por la paredes, por las esquinas, tras las puertas cerradas, ensimismada en las sombras, alimentando hormigas y grillos.

Recuerdo la oscura escalera y mis piernas corriendo con la prisa del deseo ¡qué lejos la azotea! como me gustaba hacer equilibrio en sus bordes, tocar el musgo de los tejados, y recuerdo como mi piel se fue volviendo transparente y el azul de mis venas se convirtió en un juego.

Así me llegó la tristeza como un juego; no conocía su nombre, pero me fui quedando sin risa, mi cuerpo cada vez más pequeño y me quedé parada en las horas.

-Su hija padece de tristeza- le dijo Don Emilio, el médico de la familia, a mi madre.-Le voy a recetar un jarabe y unas vitaminas para que le abra el apetito; pero habrá que cuidarla y por ahora nada de colegio-.

¿Y quién la va a cuidar?, pensaba mi madre, con tanto trabajo y el marido enfermo.-Las desgracias no llegan solas y a ¿ quien le pido que la cuide?.

Pero en aquella casa llena de gente había alguien a quien yo quería, mi abuelo, el contador de historias, el amo y señor de aquel pequeño universo; nadie se atrevía a desobedecerle. Por entonces el marcaba el destino de todos cuantos habitaban aquella casa.

Mi abuelo dijo -yo la cuidaré-. Me cogió de la mano y me llevó a los lugares más fantásticos de la tierra. Cogimos montones de flores silvestres. Me reveló los secretos de las piedras, de las flores, de las casas antiguas. Me habló de mi abuela muerta y de su amor, de los seres que se fueron y de sus increíbles historias. Y mientras hacía todo eso iba introduciendo pequeños trozos de comida en mi boca; como un polluelo sin nido me cogió entre sus manos, -mi querido contador de historias-.

-Niña donde esta-, grita mi madre, -mírala, siempre por los tejados con esos dichosos gatos, ¡baja!, ni caso, es que no se cansa, ¡todo el día jugando!

2 comentarios:

Kuki13 dijo...

Joo, tu blog tampoco tiene desperdicio, es triste pero te transmite tranquilidad y sosiego el leerlo, eso si perdóname pero se me ha escapado una risa incontenible cuando estaba leyendo con pena y entendiendote perfectamente que el era casado y te llamaba amiga, cuando has puesto que su mujer también habia tenido un amante..si ejj queee, jajaja ¿lo ves? A veces no.. pero otras.... Dios le dá a cada uno lo que se merece. Un beso Luna, cuidate.

Juana Macías Moreno dijo...

No tengo nada que perdonarte, me has contagiado la risa jajaja