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domingo, 7 de febrero de 2010



Quieta y silenciosa mi alma resiste las insomnes mareas, los sueños desvaídos, la tristeza de las vírgenes en hornacinas de piedra, la dureza de unos labios bajo un cielo almagra. Volutas como espirales de olvido, columnas sosteniendo lo imposible, clausuras siniestras, vieja calle de la ribera por la que paseo los besos. Besos naranjas como el color de la tierra o azul Maya o rojo profundo como insectos minerales. Besos salados, oceánicos. Alados vientos de levante, cálidas palomas, vuelos de raíces y espumas, la mar llamándome con su música incierta con sus caballitos brillantes con su hondura amarga.

Tan quedamente te quiero, que puedo oír la leve luz deslizarse por los muros, resistir la vida, el hastío del tiempo, el tedio incesante que iguala los días, el desvarío de la ausencia.

Tan inmóvil tan callada espero.