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jueves, 25 de junio de 2009

ABRACADABRA

Las luces de neón dejan sin cielo los ojos de la niña. Por aceras de papel anda anochecida.
Pena de elefantes e hipopótamos le pisa la espalda.
¡Ay de la niña qué olvidó el abracadabra!.
Por calles cerradas camina. Cuarenta ladrones la vigilan.
En las luces del alba los cocodrilos aguardan.
Como diminutos corazones las rojas uvas se desgranan.
Y los sueños de la niña duermen en las esquinas atrapados en ataúdes de mariposas blancas.
¡ salta niña y derrama sobre el papel la tinta!.
Ahoga el dolor en tu frágil cintura, no guardes tesoros en cuevas ocultas.
No dejes a nadie cerrar tu puerta, escribe en las nubes, en las paredes, en tu memoria:
ABRACADABRA

domingo, 21 de junio de 2009

LA CARTA

Cuando la carta cayó de su mano sobre su cuerpo semidesnudo y quedo parada en su pecho entibiándole el alma, tuvo la certeza de que envejecerían juntas.

La noche anterior a la llegada de la carta, en ese preludio de sombras donde el horizonte es un rosa o un violeta o jirones de nubes o un sol que recorre en una infinitud de segundos su adiós, Ana fue testigo de lo insólito:
Apoyada en la baranda del paseo marítimo observaba un mar en calma, denso como plomo líquido, y sin que nada lo presagiara, como si un ser gigantesco despertará y lo respirase, se contrajo. Rompió el silencio espirando olas a una velocidad vertiginosa. Y cuando la mujer imaginó que el aliento salía de su boca, una ola perpendicular a la orilla, se impuso a la imprevista marejada, deshaciendo la horizontalidad del mar y Ana creyó que un mar gótico se clavaba en el cielo. Y como una lengua gigantesca arrasó el rosa y el violeta hasta calmar la furia del corazón de Ana.

Aquella noche, en otro continente, un hombre escribía una carta ignorando que algún día sería tan parecida a Ana que cada pliegue o mancha o roto estaría en su piel. Y Ana, sintiendo la sal en sus labios, volvió a creer en los duendes y en las ninfas, en la semilla que se abre como labios en el “corazón del sueño” y en el beso que la niña del aire dejó en la mejilla ruborizada de Campasolo.

Cumpliendo leyes imposibles, el rosa y el violeta y hasta el azul de un cielo desconocido, le regalan palabras, y ella las repite una y otra vez hasta entenderlas o creerlas. Sólo ellas pueden darle la verticalidad que le es indispensable, erguirla sobre la vida o su destino. Sólo ellas pueden volver posible lo improbable. Por eso las dejó caer sobre su cuerpo semidesnudo y decidió envejecer junto a ellas. La vida comienza, de nuevo, y esta vez tiene su carta de letras azules. Ella no sabe si es una carta de amor, pero huele a flores y a miel y a yerbabuena y llegó como una ola perpendicular al corazón, rompiéndole el silencio.

sábado, 6 de junio de 2009

EL SUEÑO


Auguste Rodin


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Si pudiera soñarme en tu sueño queriendo ser tus manos,
atraparíamos soles y lunas y esta luz que se desprende del aire,
y las gotas del agua en su caída,
y los planetas que chocan como bolindres en tus bolsillos de niño,
y el color naranja de la blanca salina en las tardes de otoño.
Cuerpo a cuerpo.
Y ahora, si seguimos soñando en mi sueño en tu sueño en mi boca en tu boca
mordería mi lengua sangre de tu lengua y abriría los labios para tragarme la vida en el duro chocar de tus dientes.
Y si no pudiéramos soñarnos, tu boca y mi boca se buscarían ajenas a nosotros,
libres al fin de esta voluntad de tiempo y espacio
se amarían
en una lucha de mareas de conchas de piedras de lenguas de cristales amarillos redondos,
arrastradas en este vaivén constante de las olas.